5.2.08

LA DECISIÓN


Durante estos últimos meses he venido comprobando
la veracidad de una sospecha bastante bien fundada
que me ha inquietado siempre desde que era tan sólo
un malévolo niño huerfanito
sospecha que apartaba de vigilias y sueños
mediante copiosas duchas frías
ejercicios gimnásticos y firmes y ostentosas manifestaciones
de aparente clarividencia interpretando textos
redactando largos ensayos o recitando entera
la clasificación de los mamíferos
y era la tal sospecha de que sea un ejemplo
un caso nítido de retraso mental.
Prescindiendo de hechos lejanos que no quiero escribir
porque me ruboriza un tanto recordarlos
o inconfesables hábitos que he estado practicando a escondidas
de la gente honorable
y ciñéndome ahora a mi estado normal de estupidez
probada y progresiva
consigno aquí que no he entendido nunca la estima
en que me tienen y pienso que se deba
a que mis vecinos desconocen
muchas cosas concretas de mi vida privada
como son valga el caso que me paseo en cueros
por las habitaciones y me contemplo
en los espejos en extrañas posturas
haciendo contorsiones para verme y palpar mi columna
a fin de asegurarme una vez más de que no tengo rabo
que ciertos y ridículos poemas me emocionan al punto
de provocarme un llanto desmedido
que me arranco los pelos de las cejas cuando leo
en la prensa noticias tan corrientes
como que en Venezuela una muchacha fue salvajemente
violada por su propio y despechado clítoris
que leer entrañable me hace pensar en las carnicerías
lo cual es grave porque soy lipotímico
que después de quitarle el sonido a los televisores
saco la lengua a las autoridades naturalmente norteamericanas
que me vendo los libros que me regalan los amigos
sin arrancar siquiera la página de la dedicatoria
o que me pongo a morir
si me hablan seriamente del problema de la vivienda.
No sé por cuánto tiempo consiga mantener esta ficción
horrible
pues aunque voy por la calle procurando no llamar la atención
y pago los impuestos y me abstengo de abrazar a los guardias de tráfico
y de orinar un poco en cada esquina
he comenzado a observar ciertas miradas torvas entre los transeúntes
ciertos movimientos detrás de las ventanas
que no logran ocultar cortinas ni visillos
lo cual unido a que al verme pasar algunas madres
llaman con terror e histerismo a sus hijitas
y las encierran rápidamente a golpes en sus casas
sin más explicaciones
me induce a presentir que ha llegado el momento de tomar
una dolorosa decisión largamente pensada:
me mudaré de barrio un año de estos.

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